Victoria y Alberto estaban destinados, desde siempre, el uno para el otro. Alberto, hijo menor de un duque alemán, era ambicioso y comprendía muy bien lo que significaba el matrimonio con la reina de Inglaterra. Victoria, bajo su femineidad, ocultaba una voluntad de acero.
El cuadro histórico era de esplendor. Se creaba el imperio más grande de la historia, ni Napoleón ni los emperadores romanos lograron tanto dominio -sobre tierra y mar- como Victoria y Alberto.